lunes, 10 de noviembre de 2008

Cultura Castreña en La Guardia Pontevedra


  • El poblado de Santa Tecla, en La Guardia (Pontevedra), es uno de los mejores ejemplos de la llamada cultura castreña. El origen de esta cultura se remonta a mediados del siglo VIII, en el noroeste de la Península Ibérica, cuando aparecen los primeros poblados de carácter estable, denominados castros o citanias, una forma de hábitat no exclusiva de esta zona pero que en ella alcanza su máxima expresión. El esplendor de este horizonte cultural se sitúa ya en plena época de la dominación romana, siendo los ejemplos mejor conservados los castros de Coaña, en Asturias, y este de Santa Tecla. El surgimiento de estos poblados es progresivo, estableciéndose en zonas o lugares de marcado carácter estratégico y de fácil acceso a recursos naturales, en el caso que nos ocupa el río Miño, que domina desde una altura de 200 m., y los yacimientos mineros de su entorno. Comenzado a excavar en fecha muy tardía, en 1913, su forma de hábitat se caracteriza por núcleos de distinto tamaño, desde los más pequeños, de 23 por 20 m., hasta los mayores, de 391 por 280 metros. Diversos estudios han determinado que en su interior habitarían una media de 250 individuos. Fuertemente defendida por una muralla, fosos y torres, en el interior del recinto amurallado, de forma desordenada y sin apenas espacio entre ellas, se situaban las viviendas. La mayoría de las casas de los castros eran pequeñas y circulares, mientras que otras, de planta cuadrada, podían tener hasta diez metros de longitud. Cubiertas de brezo o paja, en el interior de las viviendas se desarrollaba la vida cotidiana, en torno a un fuego central rodeado por bancos corridos. Al frente de los castros se hallaría un grupo privilegiado, que se beneficiaría de los bienes y objetos suntuarios procurados por actividades como la agricultura, la ganadería, la caza, el marisqueo o el comercio. El apogeo de esta población se prolongó hasta el siglo II de nuestra era, en que cayó en el olvido.


  • La mayoría de las casas de los castros eran pequeñas y circulares, mientras que otras, de planta cuadrada, podían tener hasta diez metros de longitud. Cubiertas de brezo o paja, en el interior de las viviendas se desarrollaba la vida cotidiana, en torno a un fuego central rodeado por bancos corridos.

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